Cuando opinamos del adormecimiento y de la desmovilización de las capas populares, frente a los desmanes, tendríamos que prestar más atención en los cafés que le hacen falta. Y, dedicarle menos tiempo al estudio de los somníferos aplicados por el capitalismo.
Tenía hecho un artículo que había escrito sobre la última charlotada parlamentaria, en el que denunciaba ampliamente la falsa democracia, la actitud de la falsa izquierda y la cara dura de la verdadera derecha. No lo envié a publicar, precisamente porque me parecía que señalaba cosas que ya había escrito y publicado más veces, coincidiendo con otras opiniones igualmente publicadas repetidamente.
La base principal del artículo relegado se centraba en que en el Parlamento no existía ninguna organización ni persona verdaderamente de izquierdas y que por tanto se evidenciaba la ausencia total, de un discurso revolucionario y subversivo para los trabajadores y clases medias. Porque cuando te están escuchando las masas del pueblo, es un buen momento y se ha de aprovechar para soltar, en ristra, toda una traca de verdades subversivas, que retumbe en el hemiciclo y en cada casa, frente a la mentira, lo retrógrado y el horror.
Ahora, sin dejar de lado plazas y esquinas, se ha de aprovechar la televisión para, en los minutos que te permiten, desnudar la falsedad democrática y la realidad de injusticias impuestas: esto es, la aberración humana de haber alcanzado un mundo inmensamente rico en todos los conceptos y, que por culpa de un sistema irracional, corrupto y criminal, la inmensa mayoría de la humanidad, en vez de vivir bien, está padeciendo. Una izquierda de verdad habría denunciado con toda la claridad y crudeza, actuaciones deplorables, hechos execrables e intolerables, (lejanos y cercanos, internacionales y nacionales).
Sin embargo, una de las partes que más trataba en el mismo, la he retomado en este otro, a raíz de un breve escrito que leo en Kaos con fecha del 9/9/2016, titulado ¿Susto o
muerte? Se trata de la burda manipulación constante que el capitalismo hace de la palabra CRECIMIENTO, ya que es cuestión principal a la que hace referencia el artículo referido.
Como de costumbre, desde la tribuna, los voceros del capitalismo reiteraron, como no podía ser de otro modo, sobre la panacea del CRECIMIENTO. Los opositores en el parlamento que se hacen llamar de izquierdas, socialistas y socialdemócratas, (como hicieron en otras ocasiones) no objetaron al respecto. Debatieron, eso sí, si el crecimiento se hacía a base de contratos basura o de una mejor calidad de empleos. Una manera de lavarse la cara, dejando el despropósito intacto.
De modo que, frente a sus irracionales y criminales soluciones de CRECIMIENTO; hubiera sido sonora musicalidad que una izquierda de verdad les hubiera gritado que, a lo que ellos llaman CRECER, en verdad no es otra cosa que explotación competitiva, confrontación, insolidaridad y destrucción en todos los órdenes humanos y naturales para ganar dinero; rematándoles con: ¡quitad vuestras sucias lenguas de ésa bella palabra!
Creo que hasta aquí estamos de acuerdo con Alex Corrons que firma el artículo y también con el contenido del libro al que hace referencia, La izquierda ante el colapso de la civilización industrial, escrito por Manuel Casal Lodeiro.
También coincido con Alex en que hay otro mundo posible: …”la del crecimiento personal, de las relaciones y del bienestar y el buen vivir”. (En mi opinión, los dos puntos y la palabra “decrecimiento” que escribe a continuación, sobra).
Así fue, desgraciadamente en esa “casa de pecadores” sita en la Carrera de San Gerónimo de Madrid, no surgió voz alguna que saliera al paso rescatando la palabra crecimiento y denunciando a quienes la manchaban una y otra vez, con pestilentes eructos. Allí no había nadie que razonara y propugnara por producir aquello que realmente se precisa para crecer en calidad de vida; ni que les dijera que se deberían construir las cosas con la máxima calidad para que duren “eternamente”. Aunque no he leído el referido libro, seguro que en esto también coincidimos.
El problema no es sólo que se esté tocando techo en desgaste de fósiles planetarios, y de otras materias, sino también, en que el trabajo explotado, casi, es ya una reliquia arqueológica. De momento el hándicap del capitalismo es, que no sabe qué hacer para inventar trabajo y plusvalía y, colocar toda la “basura” producida que han acumulado.
Estoy de acuerdo en que la izquierda navega a la deriva. Pero no es tanto la institucional, ya que esta, es izquierda porque a la derecha le conviene y la reconoce mediáticamente. Por no ser, no es ni siquiera la socialdemocracia reformista que a primeros del pasado siglo fue detestada por los revolucionarios. Aquella socialdemocracia hace mucho que desapareció; y la de hoy, no sólo no reforma beneficiando a las capas populares, sino que actúa a favor, o no sé opone, a las reformas que perjudican a los trabajadores y al ecosistema.
Yo me refiero a una izquierda radical, comunista, cuya deriva rezuma desde últimos del siglo 19 y principios del 20, incrementándose hasta nuestros días. Precisamente uno de sus desvíos, de sus errores, fue no ver el desastre ecológico que se venía encima, fruto de las necesidades y contradicciones inevitables que, en esto, tenía el capitalismo. Resolver sus contradicciones era hacerlas recaer en la clase obrera: producir mal y consumir peor, en una interacción constante, como única garantía para alargar al máximo el trabajo explotado.
La izquierda perdió de vista la lucha por la calidad de vida para la clase obrera que estaba vinculada a los avances científicos y técnicos y a la calidad de la producción necesaria. Por eso, generalmente, esta izquierda sigue planteando ese disparate de jornadas de trabajo de 35 horas semanales. Jornadas que debieron quedar obsoletas a principios del siglo XX. Recordemos que el capitalismo se confabula en el Crack de 1929, para programar la obsolescencia de los productos. Paralelamente las organizaciones obreras no se enteraron de su importancia y en ese despiste estamos todavía.
Cuando se explica la razón de construir las cosas a conciencia, bien hechas para que duren; es normal que muchos trabajadores piensen y opinen que eso sería un inconveniente para obtener trabajo. Ya vemos, donde nos encontramos: a pesar de todo un largo recorrido por el que hemos pasado, aún se mantiene esta desastrosa mentalidad sobre él trabajo. Sin embargo, no es por simple culpa de las masas trabajadoras, sino porque la lucha de clases no ha cesado y el capitalismo la está ganando. Y sobre todo, porque nosotros… la venimos perdiendo.
La explotación destructiva (“crecimiento” capitalista) daba gato por liebre a los trabajadores; esto es, daban empleos a cambio de producir mucho y consumir más. Las experiencias de luchas en sabotajes contra las nuevas máquinas en el siglo 19, mayormente no se hacían servir para exigir mejores condiciones de trabajo y de vida, sino principalmente para frenar la pérdida de empleos. Las organizaciones de izquierda reformista, orientaban a los trabajadores a defender este tipo de argumentos: si se trabaja se gana un salario y se puede consumir y, al consumir, se genera más trabajo. Estos razonamientos, del siglo 19, los recoge Maurice Dommanget en su libro Historia del 1º de Mayo. Durante estos últimos años, los mismos argumentos, los hemos vuelto a escuchar hasta la saciedad.
Es Paul Lafargue el que, en su libro El derecho a la pereza (escrito y publicado en 1880) dijera que el trabajo lo estaban convirtiendo para los obreros en una religión”. Señala por entonces una producción tramposa, a la que se le restaba calidad para abreviar su duración. Que se le va hacer; a los marxistas que estuvieron al frente de organizaciones comunistas y, sobre todo de países, (lo que supuso ahondar con más fuerza en el despiste) a todos ellos, se les escapó este análisis o no debieron darle importancia. Sin embargo, justo, tenía enorme relevancia para comprender la eficaz salida que el capitalismo encontró en ello. Se imponía una forma de producir absurda para sostener el trabajo asalariado y sus beneficios.
Ciertamente, no tod@s decimos lo mismo cuando reivindicamos el reparto del trabajo y la riqueza. Plantearlo desde posiciones correctas de clase explotada, teniendo en cuenta el materialismo histórico y dialectico; es teorizar sobre la conveniencia de reducir la jornada de trabajo para reducir la explotación y generar contradicciones al capitalismo.
Extremándoselas al reivindicarles al mismo tiempo, producción precisa y de calidad. Estas razones son esenciales al reparto de la riqueza que las masas trabajadoras deben proponer y defender. El capitalismo, obligado a funcionar con razones humanas y naturales, sería inmediatamente ahogado en sus contradicciones. Desaparecería.
Cuando opinamos del adormecimiento y de la desmovilización de las capas populares, frente a los desmanes, tendríamos que prestar más atención en los cafés que le hacen falta. Y, dedicarle menos tiempo al estudio de los somníferos aplicados por el capitalismo.
Los inconvenientes que tenemos los francotiradores teóricos, respecto a todo esto, son los de la dispersión, la falta de consecuentes debates y los de nuestra desorganización política. Siendo aún mayor el problema: ¿dónde organizarse? Pues las organizaciones políticas de vanguardia comunistas, que deberían sentar precedentes teóricos y prácticos y crecer mucho, apenas se hacen oír y comprender y salir de sus reducidos espacios.
Por J. Estrada Cruz