Pan, Circo y Paz Social (4 de 7)

CARIDAD VERSUS DIGNIDAD

” Es muy importante juzgar las propuestas teóricas en función de su capacidad movilizadora para la clase obrera y, en este sentido, denunciar como ideología adormecedora el desvío de las energías de transformación social -sobre todo en los más jóvenes- hacia los paraísos artificiales y el refugio en el yo o en el cuerpo. … Si la ética no parece referenciarse en valores absolutos habrá que ir construyendo valores-principio que superen la mera y estéril tolerancia” (José L. Sánchez Noriega: Comunicación, Poder y Cultura, pág 48).

Una exigencia, una reivindicación que debería primar en cualquier movilización, pacífica o no, debería ser que cada persona mayor de edad, ciudadana de nuestro país percibiera una retribución con la cual poder vivir dignamente. Dicho esto, para aclarar conceptos, no se trata de la denominada renta básica, ya que ésta no contempla ningún tipo de contrapartida con lo cual se equipara a una asistencia social generalizada, una variedad de “annona” para evitar cualquier atisbo de estallido social. De lo que se trata es que al lado de la retribución debe haber una obligación de contribuir al mantenimiento de la sociedad que en el actual contexto de relaciones de producción basadas en el trabajo asalariado, no se concibe una prestación a cambio de una contribución fuera del marco de las relaciones de producción generadoras de plusvalía apropiada por el capital privado.

Cuando en alguna ocasión se ha planteado que las personas desempleadas perceptoras de rentas mínimas de inserción u otras prestaciones no contributivas, -excluyendo las prestaciones derivadas de las aportaciones que con anterioridad se han realizado descontadas del salario-, deberían realizar alguna tarea en pro de la sociedad, las centrales sindicales han clamado contra esta propuesta alegando que ello iría en detrimento de las contrataciones asalariadas y consecuentemente un incremento del desempleo.

El problema no debe ser que se “ocupen” unos puestos de trabajo correspondientes a otros asalariados, el problema ES un sistema socio- económico basado exclusivamente en la obtención de beneficios cuya defensa por parte de las centrales sindicales se basa en la falsa creencia que si la clase obrera contribuye a la obtención de los beneficios empresariales, éstos “cederán” una parte que se convertirá en incremento salarial. Es preciso luchar frontalmente contra esta percepción totalmente alejada tanto de la lucha de clases como de la perspectiva del socialismo. La exigencia debe ser que cualquier ciudadano mayor de edad debe tener un lugar desde el cual contribuir al desarrollo social tanto en el sector primario, manufacturero o de servicios, ya sea -por el momento- dentro del sistema asalariado en la producción privada o en la contribución en el marco del sistema público.

Para ello, la lucha sin cuartel por la reducción de jornada es una pieza clave para absorber el denominado ejército de reserva de mano de obra. Paralelamente abordar el tema de la productividad, mediante una lectura de la misma en su vertiente social: Cualquier descenso de la productividad industrial o de servicios traerá aparejado un incremento de la productividad social y una generación de “productos sociales” que se escaparán de las manos de la sacrosanta propiedad privada.

Dicho planteamiento, el de la productividad social, se enfrenta radicalmente al sistema de relaciones de producción existentes, al mismo tiempo que hace desaparecer el papel protagonista alienante tanto de los modernos “aurigas” como de los “everguetes” filántropos, puesto que unos verán depreciado su papel alienante y los otros se verán desenmascarados de su filantropía al no ser ya necesaria.

Paralelamente, se trata de luchar para la abolición de la denominada “exclusión social”, calificativo que va a las mil maravillas para todas aquellas organizaciones transmisoras de la caridad que ven recompensada su participación en la debacle social con substanciosas subvenciones para cual más estrafalario “proyecto”. La llamada exclusión social, provoca que un segmento de la población, se desvalorice a si misma, se autodestruya como miembro de la sociedad y se acostumbre simplemente a sobrevivir perdiendo su autoestima. El mantenimiento de las asociaciones  caritativas, fundaciones, bancos de alimentos y otros inventos son los útiles del sistema para mantener la exclusión y al mismo tiempo  blanquear la filantropía, cuando la exigencia debe ser que no haya espacio para la exclusión, que cada persona puede contribuir al desarrollo social, a sentirse útil para la sociedad y a cambio de esto reciba una prestación  para vivir.

Todo este planteamiento, a nivel presupuestario, se debe traducir en un trasvase de fondos que actualmente se destinan a engordar miles de asociaciones y fundaciones dedicadas a la “asistencia social”, hacia las retribuciones para todos los ciudadanos mayores de edad a cambio de realizar las tareas sociales o productivas fuera del marco del trabajo asalariado.

Evidentemente los cambios legislativos deberían ser radicales, eliminando la llamada “libre concurrencia”, subterfugio elaborado por el capital para impedir que ni el ayuntamiento más pequeño pueda decidir de motu propio y con el personal que quiera realizar obras o servicios, para no hablar ya de procesos productivos realizados en industrias locales de titularidad pública.

Desterrar el moderno pan y circo emulador de la época de declive del imperio romano. Desterrar la alienación en el deporte y la cultura, y fomentar la participación directa de los miembros de la sociedad en las actividades políticas, deportivas, culturales, recreativas. Pasar de ser “objetos” consumidores de la política, del deporte, la música, etc. a ser “sujetos” constructores de la misma.

De hecho el socialismo es una proyección hacia una sociedad futura y una especificación dentro de una estrategia política de todos los elementos centrales de la ideología de la clase obrera: la orientación colectivista del trabajo productivo, la afirmación de la persona del trabajador frente a las relaciones mercantiles y por encima de ellas, la solidaridad y la conciencia de clase. Una afinidad de similares características se da entre la ideología de la clase obrera y la teoría marxista, entre la conciencia de clase proletaria y los enunciados marxistas acerca de la importancia primordial de las relaciones y la lucha de clases en la sociedad capitalista, frente a las de la actuación individual competitiva y por encima de ellas. El marxismo añade una dirección estratégica a la lucha de la clase obrera” (Göran Therborn, comunicación presentada en el Congreso de la Asociación Internacional de Ciencias Políticas. Moscú. 1979 con el título de Enterprises, markets and states. A first, modest contribution to a general theory of capitalist politics).

Josep Cónsola. Enero 2020.